Ayer fue una de esas noches que no puedes pegar ojo. Te levantas inquieta de la cama, buscando algo pero nada al final y empiezas a dar vueltas por la habitación. Era una de esas noches bochornosas que no te dejan despegarte de las sábanas y que el aire caliente te impide respirar. Creyendo que me aliviaría tanteé con mis manos la ventana, y me asomé a ella...la noche estaba cerrada, no se veía ni una sola estrella y el aire seguía igual de cálido y denso.
Dolor de barriga, malestar, cansancio e insomnio al mismo tiempo...la mezcla resultado de un día bastante agitado, con noticias no del todo buenas y para nada esperadas. Sonrisas y lágrimas en tan solo unas horas...
Es curioso que a veces necesitemos asomarnos a esa ventana de nuestra habitación para airear nuestros pensamientos, con la esperanza de que cuando vuelvas a acostarte estés repuesta de todo mal. Las calles estaban solitarias, algún coche que otro cruzaba las carreteras dejando una estela de ruido y desaparecía, y de nuevo calma, mucha calma...la suficiente para retomar mis pensamientos. Tratas de imaginar que estará pasando en la casa de los demás en ese instante; si hay alguien que tampoco puede dormir como tú, y tratas de ponerte en su piel, sentir sus pensamientos y sensaciones...¿Por qué parece ser que nos damos cuenta de la importancia de las cosas cuando algo no va del todo bien? ¿Cuándo algo no es como siempre?...¿Por qué estamos tan inmersos en el frenesí de la vida que no nos fijamos en los pequeños detalles que nos hacen feliz? Ayer me di cuenta de que todos los días son perfectos para disfrutar de tu vida, ser feliz, y decirle a esa persona lo mucho que la quieres y cuán importante es para ti. Ayer asomada en la venta y mirando el mar, me di cuenta de que nos empeñamos en hacerlo todo tan perfecto que si algo no sale bien, todas nuestras expectativas se rompen como cristal contra el suelo...cuando lo más sencillo es dejar que las cosas surjan, que la vida haga.
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